Librerías, lectores, libros y ferias

“Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos”. Cuando pienso en la situación del libro en Bolivia y de sus Ferias, esta frase, con la que Dickens empieza su Historia de dos ciudades, siempre se cuela en mi mente. Tal vez porque desde que trabajo con la librería mis ánimos se han trasladado permanentemente entre ambos extremos.

Inauguración primera Feria del Libro. Fotografía propiedad de la Cámara Departamental del Libro de La Paz.

Allá por 1976, el entonces Alcalde de La Paz, Mario Mercado, aceptó la propuesta de la Cámara Boliviana del Libro de realizar una Feria del Libro a fin de incentivar la lectura.

Aún no llegaban las fotocopias, el plagio era el delito de propiedad intelectual más grave. La gente se congregaba en las esquinas a leer titulares de los periódicos, y Amigos del Libro sacaba tiradas de 2 a 5 mil ejemplares del Premio de Novela Erich Guttentag. Las autoridades militares acosaban a libreros y editores por la publicación o exposición de libros como Las venas abiertas de América LatinaEl Capital, u otros.

En este ambiente se realizó la Primera Feria del Libro. El paseo de El Prado fue la sede durante 7 días en los que la respuesta paceña fue entusiasta.

Han pasado casi 50 años desde ese histórico momento y mucha agua ha pasado bajo el puente. Para empezar, El Prado ya no es sede de la Feria del Libro. Quedaron allí, por un tiempo, un grupo de vendedores de libros piratas que no pudieron replicar el entusiasmo con el que se recibió la primer Feria. El sector legal del libro, demoró 17 años, pero al final logró conseguir una sede, aunque itinerante, para una Feria que ahora, en su 21ª versión, tiene un espacio propio tanto físico como dentro de la cultura paceña y boliviana.

Hace 40 años yo era un muchacho a quien mi padre, para mantenerme ocupado, había encargado vigilar el stand. Probablemente no era el mejor de los vigilantes porque me perdía rápidamente en algún libro expuesto en el stand. Los recuerdos de esas primeras ferias están marcados principalmente por universitarios y “personas mayores” que buscaban libros de difícil lectura o con títulos extraños como investigación cualitativa, contabilidad de costos o ecuaciones diferenciales, mientras yo devoraba Dos años de vacaciones.

Me acuerdo ver a mis padres atendiendo a los clientes y conversando con ellos. La satisfacción en su mirada, probablemente registrada en alguna fotografía familiar de ese entonces, aún aparece en mi mente cuando hablamos con algún colega o cliente sobre “las ferias de El Prado”.

Ahora, 50 años después es probable que sea yo  quien esboce una mirada de satisfacción al conversar -chatear seria la palabra técnica- con los clientes que día a día se comunican conmigo via WhatsApp, Facebook o Instagram. .

Pero lo más probable, por como ha evolucionado la librería, es que varios de esos clientes sean adolescentes, y jóvenes que están buscando el libro de su autor favorito.

Tomen atención a esto: Estamos hablando de un grupo de edad actualmente demonizado por su “adicción” a Tik-tok, que busca en las redes alguien que le pueda vender un libro impreso. Que ahorra, cuando no martiriza a sus padres, para conseguir el libro original. Por que, para ellos, leer el libro en una pantalla o en una copia mal impresa no provoca la misma satisfacción.

Es muy fácil asumir que mi satisfacción se da porque venderé más libros. Pero no es así: el hecho que una persona que está inmersa en un mundo lleno de estímulos sensoriales e interactividad decida abandonarlos para sumergirse en las página de un libro, demuestra que esta nueva generación sabe en qué momento conectarse y en qué momento encerrarse consigo mismo. Es el mejor argumento contra quienes anuncian el fin del libro.

Debo confesar que por un tiempo he compartido ese temor de estar viendo los últimos años de los libros como vehículo de entrenamiento y conocimiento. Es fácil sucumbir a ese temor. La piratería amenaza con reducir la creación intelectual, internet pone “todo el conocimiento” en la punta de tus dedos y por su parte el gremio reproduce mensajes de apocalipsis cuando ve disminuir sus ventas tanto aquí como en el resto del mundo.

Pero estos últimos tres años, tanto en mi pantalla de WhatsApp como cuando visito las Ferias del Libro, he tenido la oportunidad de experimentar el entusiasmo por los libros que tiene la nueva generación y he encontrado un nuevo optimismo.

Tenemos libro para rato, pero definitivamente necesitaremos cambiar la forma de pensarlo. No debemos descartar el impacto de los libros digitales y de las otras formas de difusión de contenido escrito, pero todavía tenemos lectores que desean hojear un libro, marcarlo, resaltarlo y que quieren asistir a una librería o a una feria del libro para encontrarlo. Lectores que no se amedrentan por los 90 mil títulos que se publican por año en Hispanoamérica, porque, gracias a internet y las redes sociales, saben muy bien lo que quieren. Nos toca a nosotros, libreros, lograr que estos lectores encuentren lo que buscan. Y así repetir esa mirada de satisfacción que todo librero tiene cuando une un libro con su lector.


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