El fenómeno de la varita mágica

Debo confesar que mi encuentro con Harry Potter fue en el cine con la primera película. Al igual que muchos de nosotros, fue después de esa película  y al enterarme que habían otros libros de la serie, que decidí leer los libros de Harry Potter. El primero  fue precisamente el Prisionero de Azkaban. Compartimos esa primicia con mis hijos a quienes les leí durante varias noches está tremenda historia de un joven mago que, junto con sus amigos, lucha contra la maldad y empieza a dudar de ese papel que el destino le ha impuesto y se da cuenta que el mundo no es blanco y negro y que las apariencias a veces engañan. Toda una enseñanza de vida en algo más de 350 páginas. A medio camino del tercer o cuarto libro mis hijos empezaron a leerlos por su cuenta. Como ellos tenían un poco más de tiempo que yo para leer, terminaron antes y tuve que acudir a mi autoridad paterna en más de una ocasión para evitar que me cuenten los finales.

Cuando Harry Potter y la piedra filosofal salió publicada en inglés, hace más de 25 años, muy pocos consideraban a la literatura juvenil e infantil como “verdadera” literatura. Era un subgénero con pocos adeptos y casi desconocido entre los adultos. En el sector editorial muy pocos creían que las niñas y niños estarían dispuestas a leer libros con tantas páginas. Basta con mencionar dos hechos para reflejar este reducido estatus de literatura juvenil: 1) el  manuscrito fue rechazado por doce editoriales y fue una pequeña editorial inglesa la que adquirió los derechos de publicación 2) Y aún así, esta editorial solo hizo un primer tiraje de 500 ejemplares. 

Pero aún cuando las ventas de la edición en inglés ya se habían disparado, auguraban un éxito similar en nuestro idioma, el sector editorial en español siguió repitiendo el mantra de que los jóvenes no leen libros muy extensos. Y no fue sino hasta que se publicó el Prisionero de Azkaban que esas críticas desaparecieron. Tal vez porque las niñas y niñas salían de los cines, luego de ver la primera película, y se dirigían a las librerías a comprar los demás libros de la saga.

Interesantemente, a pesar de que libreros, editores, profesores, padres de familia nos quejamos incesantemente de que los «jóvenes» no leen, en Bolivia el fenómeno no fue diferente al de otros países. Aún me acuerdo salir del Monje Campero luego de ver El Cáliz de Fuego y encontrarme en El Prado con vendedores callejeros abarrotados de jóvenes clientes rogando a sus padres para que les compren los libros. 

Han pasado más de 25 años y, más de 500 millones de ejemplares vendidos después, nadie puede dudar del poder que tuvo este mago a quien acompañamos desde sus 11 años. Poder que se extiende más allá del Expelliarmus! o de las pociones mágicas y se adentra en nuestro mundo real, en el sector editorial, y en la promoción de la lectura. Podemos mencionar los siguientes efectos:

  • Expuso la lectura a una nueva generación. Harry Potter demostró que las y los niños leerían historias atractivas y con personajes adolescentes. Sin importar la extensión. 
  • Convirtió a la literatura juvenil en un género con derecho propio. Con un sinfín de subgéneros que van desde romance paranormal a aventuras distópicas.
  • Provocó una explosión comercial con varios autores explotando la fórmula de las sagas y de los libros de fantasía (Juegos del Hambre, Crepúsculo, etc.). 

La saga ha probado ser una fuente permanente de ingresos para la autora y la cadena del libro. Han salido versiones especiales de los libros, versiones aniversarios y las versiones de coleccionistas como las de MinaLima, cuyo tercer libro sale a la luz este mes.

Tras 25 años, Harry Potter es una presencia casi obligatoria en los Estantes de los Lectores en cualquiera de sus versiones. Son los fan más acérrimos que tal vez tengan no uno, sino varias ediciones.


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